El OBSERVADOR QUE SOMOS
Lo voy a poner de esta manera: cada persona ve el mundo de una manera distinta a todas las demás personas. Si yo me siento a hablar con alguien, les aseguro que al poco rato nos daremos cuenta de que los dos vemos el mundo de una manera distinta. No digo mejor o peor —esto es importante— sino diferente. No vemos lo mismo, no escuchamos lo mismo, no sentimos lo mismo, y sin embargo vivimos nuestro día a día como si los demás vieran de la misma manera lo que vemos nosotros.
¿Cómo resolvemos el problema de que tú no veas el mundo igual a como lo veo yo? Nos enfrascamos en discusiones interminables sobre quién tiene la razón y zanjamos el asunto diciendo “tú estás equivocado”.
Hay algo extraordinario en todo esto. ¿Hay un solo mundo y nosotros no nos ponemos de acuerdo? o ¿hay tantos mundos como personas? Si hay un solo mundo, entonces al Observador que yo soy se le abren dos posibilidades: o tiene la razón o está equivocado, lo que es bastante pobre como explicación.
Nosotros pensamos que cada persona ve un mundo distinto. Somos observadores distintos y eso lo entendemos. Y sin embargo pese a comprender esto, cuando interactuamos suponemos que todo lo vemos igual o exigimos que sea así, y con ello nos perdemos de la enorme riqueza de ser Observadores diferentes.
Piensen en un médico de la tradición china y un médico de la tradición
occidental. Si ustedes van a consultar a los dos, y les dicen “me duele el
estómago”, ellos van a intervenir de una manera totalmente distinta. ¿Saben por qué? Porque no ven el mismo cuerpo. El médico de la tradición china ve movimientos energéticos mientras que el profesional entrenado en la tradición occidental ve allí sangre y músculos. Una vez más, no es mejor ni peor, sólo que son Observadores distintos. Y eso tiene una tremenda consecuencia porque cada uno actúa en el mundo dependiendo de cómo lo ve.
No es trivial cómo observamos, porque según eso es cómo actuamos.
Piensen ustedes en las diferencias que existen en cómo vemos las cosas, ya no a nivel individual sino colectivo. Los chilenos no ven el mundo igual que los colombianos. ¿Les cabe alguna duda? Ni tampoco los estadounidenses ven el mundo igual que los franceses. Y como vemos el mundo distinto, construimos realidades distintas. Es igual en otros ámbitos: Apple no ve el mundo igual que Microsoft; ni Benetton ve el mundo igual que Yves SaintLaurent. Son mundos totalmente diferentes.
1. ¿CÓMO NOS CONSTITUIMOS EN EL OBSERVADOR QUE SOMOS?
Para iniciar, les propongo el siguiente esquema:
¿Qué hace el Observador de este esquema? Entra en acción, ejecuta
acciones. ¿Y para qué?... Para producir resultados. Hasta ahí, todo muy bien. Pero ¿qué pasa cuando los resultados no son los esperados? Lo que hacemos a nivel individual o colectivo es decir “vamos a cambiar nuestras acciones, vamos a hacer las cosas distintas”. Y de hecho hacemos las cosas de distinta manera. Lo más común es que nos esforcemos más, trabajemos más horas, busquemos nuevas alternativas... Y ¿saben? el Observador que no está contento con sus resultados y cambia sus acciones, lo más probable es que va a seguir produciendo resultados del mismo tipo.
• Esto es lo que llamamos Aprendizaje de Primer Nivel
¿Por qué? Porque no ha cambiado la visión del mundo, sigue
viendo lo mismo.
Si yo sigo viendo el mundo de la misma manera, puedo cambiar todas las acciones que quiera y al final lo que cambio estará siempre dentro de un marco predecible. Es decir voy a hacer más o menos lo mismo. En cambio si juzgo que mis acciones no me gustan y en vez de lanzarme inmediatamente a una nueva acción le doy una mirada a la manera como estoy mirando, aparecen acciones que antes eran impensables para mí.
¿Por qué? Porque ha cambiado mi visión del mundo, ya no veo lo
mismo.
Lo que planteamos entonces es que en vez de centrar nuestra atención
en las Acciones, la fijemos en el Observador. Porque si producimos un
cambio a nivel del Observador, van a aparecer Acciones que no estaban
disponibles para el Observador que éramos antes.
• Esto es lo que llamamos Aprendizaje de Segundo Nivel
Les pongo un ejemplo: si me da una gripe la puedo combatir con pastillas. Si éstas no funcionan, me meto a la cama o me tomo un té; busco la manera de combatir sus síntomas. Pero de pronto me pregunto, ¿qué hizo que me diera una gripe justo en este momento? Y ahí puedo ampliar mi mirada. Y de pronto empiezo a ver que estos últimos días he estado estresado y que mis defensas pueden estar bajas, y eso me lleva a mirar, más allá del malestar físico, a la forma de cómo estoy viviendo.
¿Cuántas veces en nuestras vidas nos enfrentamos a temas que nos
acompañan por años y años y que no logramos resolver por más vueltas que
les demos?
Albert Einstein dijo que los problemas creados con un nivel de pensamiento no podrán ser resueltos con ese mismo nivel de pensamiento.
Esa frase es bueno tenerla presente. Como humanidad hemos llegado a
darnos cuenta de que muchos de los grandes males que nos aquejan no
pueden ser resueltos con la forma de saber que tenemos. Y si lo vemos en nosotros mismos, para empezar a cambiar las cosas, se requiere de mucho coraje, y ustedes van a tener que recurrir a su coraje. Aceptar que mi saber es insuficiente para hacerme cargo de los desafíos que tengo, lo puedo decir, pero aceptarlo es un verdadero reto.
Para trabajar en esto tenemos que ver qué hace que yo observe el mundo de una cierta manera y cómo se constituye el Observador que
yo soy.
Para trabajar en esto tenemos que ver qué hace que yo observe el mundo de una cierta manera y cómo se constituye el Observador que
yo soy.
Para responder a esto, el primer dominio que vamos a ver es el lenguaje.
EL LENGUAJE
Desde los griegos el lenguaje fue entendido fundamentalmente como un
código compartido para describir el mundo. Entonces cuando alguien dice “ésta es una ventana” o “ésta es una mesa”, las demás personas saben de qué se está hablando. Es un ejercicio sencillo: al hablar nos referimos al mundo y lo describimos.
En el siglo pasado varios filósofos —entre ellos Ludwing Wittgenstein,
Gilbert Ryle, J.L. Austin, P.F. Strawson, Bertrand Russell y Hans-Georg
Gadamer— dieron un giro a la mirada que se tenía sobre el lenguaje.
Básicamente lo que estos filósofos dijeron es que el lenguaje describe el
mundo pero también, y principalmente, lo constituye y lo genera. Esto al
comienzo pareció una locura mayúscula y todavía no parece haber entrado en nuestro sentido común. ¿Cómo podía ser? Hay una gran diferencia entre el viejo pensamiento que señala que el mundo está ahí y yo hablo para decir lo que veo y eso es todo, a un pensamiento que señala que “al hablar nosotros construimos realidad”.
Ahora entraremos en el territorio de las emociones.
EMOCIONES
La palabra Emoción viene del latín emovere (mover hacia afuera), y quiere decir lo que me mueve, lo que me pone en acción. Cada emoción que yo vivo me predispone a una acción.
Cuando tengo rabia mi predisposición podría ser a castigar al otro; cuando siento agradecimiento mi predisposición podría ser a servir; cuando estoy resignado mi predisposición podría llevarme a no actuar; cuando estoy entusiasmado mi predisposición es a actuar; cuando siento tristeza mi predisposición podría ser a recogerme; cuando siento miedo mi predisposición puede llevarme a ocultarme o a salir corriendo… Es decir, cada emoción que sentimos los seres humanos nos pone en una predisposición diferente.
Hay cientos de emociones. Hicimos un trabajo hace años y llegamos a identificar 196. Sin embargo nosotros vivimos con las siguientes distinciones: “me siento más o menos” o “estoy bien”. Esa es la pobreza de las distinciones que nosotros tenemos en el mundo emocional. Algo
extraordinario en la modernidad es que —particularmente a partir de René Descartes, en el siglo XVII— vivimos en el paradigma de que las emociones nos impiden pensar claro y las sacamos del terreno cognitivo bajo el dogma de que las emociones no tienen nada que ver con el saber. ¿Saben el costo que eso ha tenido para nosotros en la vida? ¿Saben lo distinto que es saber desde la ternura que saber desde el resentimiento? ¿Saben lo distintas que son las respuestas a una pregunta hecha desde el cuidado a una pregunta hecha desde la envidia?
La misma pregunta en dos emociones distintas nos lleva a distintas respuestas. Todo el saber humano siempre es emocional pero nosotros lo hemos negado por décadas o siglos. Entonces no se extrañen de que me vaya bien pero sienta mi alma vacía. Tendemos a negar todo el territorio emocional en el espacio que tiene que ver con el saber.
Para nuestro trabajo hemos distinguido siete emociones básicas: la alegría, la tristeza, la rabia, el miedo, el erotismo, la gratitud y la ternura, y las trabajaremos a lo largo del programa.
Una emoción consiste en lo siguiente: hay un evento del que yo me informo, del que sé o del que soy parte, y me hace cambiar la disposición en la que yo estaba. Alguien me anuncia que acaba de fallecer una persona cercana, me lleno de tristeza y lloro, o alguien viene y me dice “Fulano se ganó un premio” y me pongo contento. O “está temblando”, y me lleno de miedo. Esa es una emoción: ocurrió un evento que cambió mi predisposición por un momento.
¡Las emociones son poderosas en tantos sentidos! Déjenme hablarles de
algunas de ellas. ¿Saben ustedes cuál es la emoción más revolucionaria que conozco? La gratitud, que viene del latín ‘gratis’, es la capacidad de despertar en la mañana, respirar y dar gracias por el aire, dar gracias por lo que estamos comiendo, tomar la mano del hijo chiquitito que se me acaba de meter en la cama y celebrar su manito dulce y decir “gracias por este ser maravilloso”. Esa es la gratitud, gracias porque sí. En la gratitud no hay intercambio, son puros regalos. ¿Han pensado en el regalo que es un vaso de agua o una naranja? No, ya nosotros no pensamos en eso porque estamos enamorados de la tecnología. Esa sí que fascina. Les digo, la gratitud cuando la cultivamos es simplemente sorprendente.
Déjenme hablarles de otra emoción, la tristeza, que —como suelo decir— tiene muy mala prensa. ¿Qué pasa cuando viene la tristeza? Solemos decir “Yo no quiero estar triste, vamos a la televisión, quiero deshacerme de la tristeza”. La tristeza es la emoción que nos anuncia que hemos perdido algo importante. La tristeza viene cuando estamos en contacto con una pérdida y puede ser un acto profundo de aprendizaje si la visitamos. Cuando venga la tristeza no la apaguen, déjenla ser… bendigan sus lágrimas en paz.
Es imposible una introspección, una mirada al mundo profundo, que no
nos cause tristeza, no hay posibilidad que eso sea así y ¡bendita sea!, ustedes se van a dar cuenta de que la tristeza va a ser fuente de inspiración.
La alegría, por su parte, tiene algo extraordinario. La alegría desde el punto de vista fisiológico, es la emoción más sana en términos de lo que
produce en el cuerpo, y hay otra emoción, la ternura, que nos predispone a sentirnos seguros. ¿Han visto lo que hace la mamá con el nene cuando se golpeó?… “Venga acá, mi amorcito, póngase aquí” y le hace un cariño. ¿Se han dado cuenta de que eso sana todos los dolores del mundo? Bueno, nosotros dejamos hace siglos de aprender desde la ternura, nosotros aprendemos solamente desde la inteligencia. La ternura tiene ese poder; podemos hablar, ser acogidos, ser escuchados respetuosamente.
Por ahora vamos a hablar sólo de esas emociones. Ya llegará el momento de hablar de muchas más pero esto es parte de la pintura de lo que estamos hacienda.
Un tercer elemento de lo que nos constituye como observadores es el cuerpo.
EL CUERPO
Al igual que nuestro ser emocional ha sido ignorado por nuestro discurso occidental del aprendizaje, el dominio del cuerpo ha sido en su mayor parte también descuidado. En muchos casos, consideramos nuestro cuerpo como algo que andamos trayendo o que nos sigue de un lado para otro.
Sostenemos que todo aprendizaje ocurre como una transformación corporal de algún tipo. Si aprendemos pesimismo, nuestros cuerpos se comienzan a formar consistentemente con esa emoción: los hombros se encorvan, el pecho se desinfla, la cabeza se inclina hacia abajo y los músculos pierden tensión. Muchas veces la mayor dificultad de aprender algo radica en que el cuerpo está moldeado en contra de esa posibilidad.
Parecemos habernos olvidado de cómo escuchar a nuestro cuerpo por el bien de nuestra salud y nuestro bienestar. Hemos perdido la habilidad de comprender la conexión cercana que existe entre nuestro cuerpo y nuestros estados emocionales, la cual ha sido demostrada como altamente coherente a través de estudios. De forma similar no reconocemos cuánta de nuestra salud física puede depender de las historias y narrativas que nos decimos a nosotros mismos para dar sentido a nuestras vidas.
No es una mera coincidencia que en una era en que tanta gente está comprometida con una incesante acumulación de riqueza nos veamos enfrentados a una epidemia de cáncer —una enfermedad de crecimiento
incontrolable— que se toma tantas vidas. No es difícil hacer conjeturas
basadas de forma similar sobre el rol de narrativas sociales y personales en otras grandes enfermedades. Desde los años 30 al 50, cuando la humanidad estuvo inundada de dictaduras (Salazar, Franco, Stalin, Mao, Duvalier, Tito y tantos otros) nos faltó aire y tuvimos una epidemia pulmonar, la tuberculosis.
Nuestra inquietud principal es el movimiento corporal. ¿Cómo desde el cuerpo potenciar el ser, aprender y obtener un mayor bienestar en nuestras vidas?, ¿Cómo intervenir lúcidamente, a través de posturas o movimientos corporales en nuestro mundo emocional?, ¿Cómo darle más poder a nuestras acciones cotidianas?, ¿Cómo observar e interpretar a otros desde la corporalidad?, ¿Cómo crear distinciones corporales que amplíen nuestra capacidad de acción?
Hemos distinguido cuatro disposiciones básicas al movimiento que ustedes verán a lo largo del programa. Las personas tenemos una combinación gradual de ellas.
COHERENCIA
Entre estos tres territorios de los que estoy hablando —el emocional, el lingüístico y el corporal— se crea una coherencia. De manera tal que cuando tenemos ciertas interpretaciones a nivel del lenguaje sobre un determinado asunto, tenemos emociones que son coherentes con esas interpretaciones y el cuerpo a su vez se moldea a esas interpretaciones y emociones.
Les voy a poner un ejemplo: hace un tiempo, durante una de las Conferencias del programa, un ingeniero hablaba frente a la sala. Con mi colaborador en el tema de cuerpo, le cambiamos de posición de las manos y de la cabeza y no pudo seguir hablando. ¿Qué pasó allí? La razón es que su cuerpo no podía sostener ese discurso. Para ese nuevo cuerpo, lo que quería decir era ajeno. El ingeniero estaba muy sorprendido, y para volver a contar su historia se dio cuenta de que debía adoptar la vieja posición. Muchos de ustedes se van a dar cuenta de que la resistencia más grande al aprendizaje les va a venir del cuerpo. Muchos de ustedes cuando les digan “muévanse así” se van a resistir.
La corporalidad que tiene resentimiento comienza a ser coherente con ese resentimiento y con las interpretaciones lingüísticas que le corresponden.
Por lo que si me ves caminar de un lado al otro con los hombros caídos y la cabeza gacha y dices “Julio, ¿en qué estas pensando?” y yo contesto “estoy pensando en lo maravilloso que es el mundo”, no me creerías, porque de alguna manera sabes que mi respuesta es incoherente con mi expresión corporal.
Si yo camino mirándolos desde arriba y les digo que les hablo desde la humildad, no me creen. O si camino con los hombros bajos y mirando al piso y les digo que estoy feliz, tampoco me creen. Cuando el pensamiento que me atraviesa es que el mundo es peligroso, el cuerpo se encoge y la emoción es el miedo.
En nuestra educación habitual nosotros aprendemos desde el lenguaje.
Aprendemos conceptos, información, pero no hay aprendizaje en el espacio corporal ni en el espacio emotivo. Aprendemos grandes conceptos, lindos conceptos pero seguimos haciendo lo mismo, seguimos viviendo igual si no se modifica la coherencia que nos constituye.
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