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EL PODER DEL ESCUCHAR

“Valor es lo que se necesita para pararse a hablar; pero también lo que se requiere para sentarse y escuchar”. Winston Churchill

El escuchar es una de las competencias más importantes en la comunicación entre las personas. Es en función del escuchar que construimos nuestras relaciones personales y definimos nuestra capacidad de acción y aprendizaje en la vida. Podemos decir que la manera como escuchamos define nuestro existir y nuestra manera de relacionarnos con otros.

Tradicionalmente hemos definido el habla como la parte activa de una comunicación pero en realidad la escucha valida el habla: normalmente cuando hablamos, lo hacemos para ser escuchados. Y sin embargo habitualmente nos encontramos con frases como estas: “Mi pareja no me escucha”; “No me estás prestando atención”; “Me siento como hablándole a una pared”, lo cual muestra que no es automático que cuando en un lado se habla, en el otro hay una escucha.

Si bien el escuchar se asocia primordialmente con el oír lo que otros dicen, en el coaching ontológico sostenemos que el escuchar se da desde tres dominios distintos: el lenguaje, las emociones y la corporalidad. Para escuchar a alguien, oigo sus palabras (escucho, en la definición más clásica), y al tiempo estoy observando qué me dice su corporalidad y me doy cuenta de sus emociones. De esa manera establezco mi escucha desde esas tres percepciones.

Yo podría entender lo que otra persona me quiere decir solo con lo que percibo de su cuerpo y de su emocionalidad. Por ejemplo, si pido algo y la otra persona no contesta, puedo escuchar ese silencio como una negativa o como una molestia. Si estoy en un país extranjero cuyo idioma no conozco, puedo hacerme entender mediante mi cuerpo y la expresión de mi emocionalidad. Por el contrario, si no veo a una persona y solo escucho sus palabras, es posible que se me escape el sentido de lo que realmente quiere decir. En ese sentido, por ejemplo, las redes sociales, con sus mensajes instantáneos, no pueden captar todos los matices de lo que un orador quiere expresar, y son fuente constante de malos entendidos, incluso con los emoticones, que son una forma (o al menos un intento) de agregarle el factor emocional a esos mensajes.

Como seres humanos tenemos una capacidad biológica para oír las palabras que otro nos dice, ver las señales de su cuerpo o captar sus emociones. Pero todas esas percepciones no tendrían ningún efecto si no fuéramos capaces de darles un sentido. Y es ese sentido que le damos a lo que percibimos lo que llamamos escuchar.

Ahora, ¿qué sentido le damos a lo que escuchamos? Hemos señalado que uno de los grandes pilares del coaching ontológico es que todos somos diferentes Observadores del mundo. Y es desde ese Observador que yo soy, que puedo darle sentido a lo que escucho.

Mi escuchar está teñido con todo aquello que me constituye como Observador: mi historia, mis discursos, mi género, mi cultura, mis emociones, mis juicios maestros, mi edad… Es desde ahí que escucho, que le doy sentido a lo que el orador está expresando. Es un escuchar que yo no puedo elegir: solo puedo escuchar desde quien soy, con las distinciones que tengo. Una persona hablando frente a varias personas puede tener la ilusión de que todas escuchan lo mismo y sin embargo, cada una de ellas, siendo un Observador diferente, tendrá su propia escucha de lo que este dijo.

Al escuchar lo hago desde mi historia, desde mis narrativas, desde donde vengo, de la manera como vivo el mundo. Es el escuchar que tengo a la mano, que no elijo. Entonces cuando escucho, hay algo que se gatilla en mí, algo que está en mí desde antes de que esa particular conversación se presente. Por ejemplo, si soy abogado tiendo a escuchar más de una cierta manera que de otra; al igual que si soy colombiano, adolescente o mujer.

Entonces podemos ampliar la definición y decir que escuchar es darle sentido a lo que percibimos desde el Observador que somos. Ese ‘darle sentido’ nos permite dar cuenta del carácter activo de la escucha. Si yo no le doy un sentido a lo que el orador me está diciendo, cualquier cosa que este diga se perderá en el vacío.

Para que haya la posibilidad de una conversación, el orador y el oyente tienen un mundo común que les permite relacionarse y comunicarse. Ese mundo compartido viene, por ejemplo, desde la visión del mundo generada por una cultura, el sistema lingüístico en que se mueven o simplemente el reconocerse desde la emocionalidad como seres humanos.

Sin embargo, aún si comparten un mundo, debemos tener claro que ambos lo ven de distinta manera. Es decir, el orador habla desde su propia historia, desde su experiencia, desde su forma de ver el mundo, y lo mismo pasa con quien escucha.

El que tú hables desde tu forma de ver el mundo y yo escuche desde mi forma de ver el mundo tiene una consecuencia decisiva: mi escuchar puede convertirse, en el mejor de los casos, en una aproximación de lo que tú quieres expresar. Y sin embargo, normalmente damos por sentado que lo que escuchamos es lo que se ha dicho y suponemos que lo que decimos es lo que las demás van a escuchar.

De manera que en el proceso de hablar y escuchar se genera una distancia inevitable. Es decir “tú dices lo que dices y yo escucho lo que escucho”. Tradicionalmente en nuestras conversaciones cotidianas pasamos por alto esta distancia, este desfase, y eso genera innumerables quiebres. El entender que esa distancia existe, nos permite hacernos cargo y hacer lo necesario para que genere la menor distorsión posible en la comunicación.

¿Cómo reducir esa distorsión, esa distancia, en la comunicación? El escuchar es una acción que puede ser diseñada, una acción que se basa en competencias específicas que pueden ser aprendidas y así reducir la distorsión en la conversación.

Proponemos una serie de acciones que posibilitan la reducción de la distancia entre el orador y quien escucha.

1. Reconocer al otro como un Observador distinto y legítimo

Lo primero que se requiere para hacerse cargo de esa distancia entre el orador y el oyente es el reconocimiento de que ambos son Observadores distintos del mundo y por tanto habrá diferencias entre ambos. Si yo no reconozco al otro como un Observador válido, puedo quedarme en una posición de “Yo tengo razón y tú estás equivocado”. Por el contrario, el reconocerlo me permite hacerme cargo de las diferencias que inevitablemente ocurren en una comunicación.

El acto de escuchar está basado en el respeto mutuo. Es aceptar que el otro es diferente de mí y que esa diferencia es legítima. Sin la aceptación del otro como diferente, legítimo y autónomo, el escuchar estará seriamente limitado o directamente no ocurrirá. Si ese respeto y esa consciencia de la diferencia no están presentes, lo que hacemos en el escuchar es proyectar nuestra propia forma de ser.

Nuestra escucha se resiente si ponemos en duda la legitimidad del otro; si consideramos que nuestra particular manera de ser es la mejor o si nos creemos poseedores de la verdad.

En una relación donde se valida la diferencia con el otro, la escucha se hace desde la apertura, esa disposición en la que me hago cargo de lo que el otro quiere expresar. En esa apertura, cuando te escucho te acojo y estoy dispuesto a transformarme contigo en el escuchar a cambiar mis ideas y a moverme del lugar en que me encuentro.

2. Reconocer la inquietud que hay detrás de lo que estoy escuchando

La comunicación humana es compleja. Cuando escuchamos es posible que solamente le demos sentido a las palabras de quien habla y al tiempo pasar por alto lo que realmente quiere decir o lo que le inquieta. En otras palabras, estamos realizando una escucha literal.

Cada vez que escuchamos nos hacemos cargo de lo que le inquieta al orador. Pero en algunas ocasiones, para ese orador decir lo que en realidad quiere decir puede convertirse en algo tortuoso. Puede ser que no sepa bien lo que quiera transmitir o le cause temor decirlo porque le generará costos, o no se atreva por alguna razón. Por ejemplo, le cuesta pedir algo. O dice ‘Sí’ cuando quiere decir ‘No’. En esas ocasiones, la inquietud del orador está en algo que no ha dicho.

Un ejemplo: si mi pareja me dice “tengo frío”, muy posiblemente no quiere solamente darme ese dato… A lo mejor está pidiendo un abrazo o que cierre la ventana. Necesito ampliar mi escuchar desde lo emocional y desde la corporalidad. A veces el texto nos dice una cosa, mientras que el cuerpo y la emoción están expresando lo que en realidad la persona quiere realmente expresar. Piensen en la cantidad de veces que han querido decir algo y dicen otra. Piensen en las veces que detrás de un “No me pasa nada” realmente hay miedo, o tristeza, rabia o ganas de decir “Lo que me pasa es esto…” Si yo me pregunto ¿Para qué me dice lo que me dice?, ¿De qué quiere el orador que yo me haga cargo al decirme lo que me está diciendo? O ¿será realmente eso lo que me quiere decir? o incluso ¿Hay algo que no me está diciendo?, ahí hay una profundización de mi escuchar.

Los escritores reconocen ese fenómeno. La importancia del subtexto — lo que no se dice implícitamente— es capital para enriquecer un diálogo, como ya reconocía el famoso autor teatral Constantin Stanislavsky, para quien “lo más importante en el texto está en el subtexto”. Por su parte Robert McKee, uno de los más grandes guionistas cinematográficos, dice que cuando escribe para un personaje identifica tres niveles de diálogo: lo que el personaje dice, lo que el personaje está pensando en ese momento y lo que el personaje está sintiendo en ese momento. Y a veces esos tres niveles pueden diferir totalmente entre sí.

Ustedes podrán reconocer una escena en que un hombre trae flores a su esposa, y le dice “Te traje estas flores porque te quiero”, y al tiempo está sintiendo culpa porque no hizo algo que ella le pidió, y está pensando “ojalá no me descubra”.

3. Precisar a través de las preguntas

Desde mi posición de escucha, puedo siempre pedirle al orador que me proporcione más información o precise algo que acaba de decir, de manera que la distancia orador-oyente se haga más pequeña. Si yo, al escuchar, no hago preguntas, muy posiblemente estoy llenando de juicios la conversación y no me estoy haciendo cargo de lo que el otro quiere realmente expresar.

Esta verificación del escuchar es muy importante cuando no estoy seguro de lo que el otro me ha dicho, pero no debe limitarse a eso. A veces cuando creo estar seguro de lo escuchado, también puede ser importante verificar si es lo que el otro realmente quería decirme.

4. No entrar en la conversación con posiciones tomadas

Si escucho desde mis juicios o mis prejuicios, si he tomado una posición antes de comenzar la conversación, si lo que pretendo es convencer al otro de que adopte mi posición, la distancia entre orador y oyente solo puede hacerse más grande. En este punto es bien importante validar al otro como un legítimo otro.

Decíamos más arriba que nosotros no podemos elegir una forma de escuchar, y que cuando empezábamos una conversación ya teníamos una serie de condicionamientos, los generados por ser el Observador particular que somos. Pero si bien es imposible desprendernos de ciertos juicios al momento de escuchar, el reconocerlos como juicios, y no como verdades, transforma nuestra capacidad de escuchar.

5. Verificar mi propia escucha:

¿Qué escucho sobre mi propia forma de escuchar? La forma como estoy escuchando determina mi relación conmigo mismo, con los otros y con el mundo. Puedo verificar, en particular, si emocionalmente estoy dispuesto a escuchar, y si el estado de ánimo de la conversación permite que haya una escucha. Si una o las dos partes están en la rabia, por ejemplo, es muy difícil que se dé una conversación con una escucha adecuada.

¿Qué puedo ver de mi Observador que me permita escuchar mejor? Si escucho desde la soberbia, por ejemplo, puedo pensar que la persona que me habla no tiene nada nuevo que aportarme, y no la valida. Si escucho desde sentirme pequeño, puedo, por el contrario dejarme avasallar por la otra persona. Darme cuenta de eso puede generar un escucha mejor y también una reflexión para mi propia vida: mi forma de escuchar me muestra qué tipo de Observador estoy siendo en el mundo.

* * *

El escuchar efectivo es cada vez más reconocido como un elemento indispensable en las Organizaciones. Y en lo personal tiene que ver con la dignidad humana. Una persona que no se siente escuchada, puede verse a sí misma pequeña o invalidada, con las consecuencias que eso tiene para su vida. Por el contrario, piensen en la gratificación que experimenta una persona que es escuchada y todo el bienestar que hay detrás de la frase “Gracias por escucharme”.

EL DALAI LAMA SOBRE LA ESCUCHA

El Dalai Lama, en su libro “Meditación, Paso a Paso”, simboliza los problemas que tenemos para escuchar, y lo hace desde lo que se llama la metáfora de tres recipientes.

El recipiente somos nosotros, los que recibimos las enseñanzas.

1. El primer recipiente está boca abajo y simboliza el No escuchar. Aunque físicamente estamos aquí, nuestra mente está vagabundeando en cualquier otro lugar, es como si fuéramos una copa puesta boca abajo. No importa cuánto alimento, té o comida, intentemos poner en la copa, nunca va a quedar nada en ella.

2. El segundo recipiente está agujereado y simboliza el No retener. A pesar de recibir las enseñanzas y escucharlas adecuadamente, cuando pasa el tiempo, no ha quedado nada en la mente. Es como una copa bien colocada pero por tener un agujero en el centro no retiene nada, todo cae inmediatamente y se disuelve. Así, esta copa no nos será de ninguna ayuda. No importa cuántas enseñanzas hayas recibido, cuando vas a ponerlas en práctica no recuerdas ninguna.

3. El tercer recipiente contiene veneno y simboliza el No validar. Hemos oído, hemos retenido las palabras en la mente pero tenemos la mente ocupada con otras cosas. Parece que estamos escuchando, parece que retenemos algo en la mente pero nos dejamos entretenernos por cierto tipo de pensamientos. Por ejemplo, pensamos “yo sé esto mejor que tú”, surge un cierto tipo de arrogancia en nuestra mente. Todo lo que entra en ese recipiente se contamina.

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